Mundos íntimos. Consumí cocaína: creí que me quitaba inseguridades. Fue horrible, pero logré dejarla para ver qué más había en la vida.

Sociedad
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Martes 5 de noviembre de 2013, a cuatro días de la muerte de mi mamá. Abro los ojos, la migraña es menor de lo esperado. No hay dolores nuevos. Reviso el

celular, no me llamó nadie, pero al menos yo tampoco hice destrozos telefónicos. Son las nueve de la mañana, me levanto con la garganta seca por tanto pucho, la nariz congestionada, las ideas empastadas. Veo el plato sobre el escritorio. Encima, una compotera dada vuelta protege lo que queda de una bolsa de cocaína. De eso sí me acordé antes de caer casi desmayado en la cama, pienso. Entro al baño, me cepillo los dientes y me enjuago la cara con agua fría, hace meses que el calefón está roto. Hoy tengo que ir a una entrevista para un nuevo laburo como Community Manager en la Costa Atlántica, pero también tengo que escribir algo para el trabajo que todavía conservo. Ayer me pasé un poco, pienso. Pongo la pava en la hornalla y mientras se calienta el agua para el mate, vuelvo al cuarto, saco la compotera, aspiro dos líneas que quedaron de ayer. Solo esto, pienso. Guardo lo que queda de la bolsa dentro de un cajón. El agua está lista, preparo el mate y me pongo a trabajar en el anuario de un periódico zonal. Media hora después, tomo dos líneas más. No se puede acabar porque el dealer empieza su recorrido a la noche, pienso y también lo digo en voz alta. Ignoro el dolor en el pecho. Le hablo al espejo, tal como cuando era chico. Le prometo que voy a parar. No puede ser tan difícil, las últimas dos semanas, mientras mi vieja agonizaba en el sanatorio, no consumí cocaína. Sin embargo, van a pasar varios meses más, antes de que pueda volver a estar más de tres días sin consumir. Va a pasar casi un año más, antes de que pueda hacer el duelo por mi mamá.