Mundos íntimos. En 2010 me mudé a la cordillera. Aprendí que lo hermoso y lo terrible van de la mano y hay que respetarlo.

Sociedad
Lectura

En aquella época, recibíamos la lluvia como una bendición: el agua se mezclaba con la ceniza al caer y hacía el aire más puro. Un día de agosto, recuerdo, me entrevistó

Tom Lupo, para su programa de radio. Me llamaron, había mala señal, salí. Llovía despiadadamente y di la nota parado en una lomita tapándome como pude con una campera. Hablamos una hora: de mi último libro de cuentos, de literatura patagónica, del canon literario argentino. Tom me pregunta, en determinado momento, qué son los ruidos que se escuchan de fondo. Le digo que si pudiera verlo, se asombraría: rayos espeluznantes cruzando el cielo de punta a punta. Le cuento eso, que agradecemos la lluvia: “La lluvia borra la maldad”, dice una canción del Flaco.