La maldición de Haití

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Antes de llegar a La Habana y conocer a los otros tres protagonistas de El Siglo de las Luces, el comerciante marsellés Víctor Hugues había vivido en Saint

Domingue, la porción de la Isla La Española que, al independizarse en 1804, pasó a llamarse Haití. El personaje central de la novela de Alejo Carpentier existió en la vida real y llegó a las Antillas para expandir las ideas de la Revolución Francesa, pero terminó convirtiéndose en un déspota brutal. La conversión ocurrió en Saint Domingue, donde posteriormente, como el sincretismo y las otras creencias africanas que en Haití se transformaron los rituales vudú y la leyenda de los zombis, se instaló la maldición que convirtió en tiranos a casi todos los gobernantes.

Junto con los valores de libertad, igualdad y solidaridad, también llegaron a Saint Dominique la guillotina y el deseo de poder absoluto y eterno de los luises. Y Haití es la muestra más misteriosa y trágica de esa suerte de maldición histórica. Siempre se piensa en García Márquez como iniciador, pero fue el cubano Carpentier quien, varios años antes de publicarse “Cien años de soledad”, había iniciado el periplo de ese género alucinante con “El siglo de las luces”. La dimensión del absurdo en la que deambula la historia del Caribe tiene que ver con las tiranías que se engendran en las Antillas y en los bordes continentales de ese mar de aguas celestes.

En Haití muchos próceres y líderes posteriores llegaron al poder como libertarios y acabaron como tiranos. Ese camino parecía transitar Ariel Henry, el primer ministro que acaba de ser derrocado por bandas delictivas. Llegó al gobierno como prestigioso neurólogo egresado en la universidad francesa de Montpellier, pero cuando concluyó su mandato decidió quedarse en el poder. La escusa fue la necesidad de conseguir una fuerza policial extranjera que acabe con las bandas armadas. Estaba negociando el envío de un millar de policías kenianos y eso puso a las pandillas en pánico, por lo cual se unieron y bautizaron la coalición, no en francés ni en creole, que son las lenguas que se hablan en Haití, sino en inglés: Living Together (viviendo juntos).

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Dirigidas por Jimmy Chérizier, un ex policía que pasó de torturar ladronzuelos en las comisarías a encabezar el G-9, una pandilla de adolescentes sanguinarios, las bandas delictivas derrocaron al primer ministro.
De ese modo, el que fue el primer territorio americano en abolir la esclavitud, el primer estado negro del mundo y el primer país independiente de Latinoamérica, se convirtió en el primer país totalmente en manos de pandillas.

El maleficio del poder comenzó en el siglo 18. Toussaint L’ Ouverture, el iniciador de las luchas que condujeron a la independencia, fue el primero en aspirar, aún dentro de la égida francesa, a la jefatura perpetua sobre ese territorio; Jean Jacques Dessalines, quien declaró oficialmente la independencia de Saint Domingue en 1804 y la rebautizó Haití, palabra nativa que significa tierra montañosa, terminó proclamándose emperador. Lo asesinaron sus camaradas Petion y Christophe, quienes luego se enfrentaron y dividieron el país. Petion se proclamó presidente vitalicio en sus dominios y Christophe, en el suyo, se proclamó rey y reinó hasta suicidarse con una bala de oro.

La codicia de quienes habían vencido a los franceses en la batalla de Vertieres, convirtió a Haití en un país marcado por la tragedia y el absurdo, sino trágico que recorrió su historia, engendrando déspotas brutales.
Así ocurrió con el primer presidente negro. Hasta entonces, todos fueron mulatos, la oligarquía racial que detentó el poder desde que Dessalines exterminó a la minoría blanca. Hasta convertirse en presidente en 1957, Francois Duvalier había sido un médico rural, pero en el poder se transformó en uno de los más crueles dictadores caribeños, apoyado en los “tontons macoutes”, grupo parapolicial que torturaba y asesinaba a mansalva.

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Su hijo Jean Claude heredó ese poder absoluto y lo mantuvo hasta que lo derrocaron. De ahí en más todos fueron gobiernos débiles. Tanto dictaduras militares como las de Frank Lavaud, León Cantave, Henry Namphy y Raoul Cedras, como los gobiernos democráticos de Leslie Manigat, Jean-Bertrand Aristide, Rene Preval y Michel Martelly. Todos fueron presidentes débiles.

El caos político y las bandas armadas marcaron también la gestión de Jovenel Möise, el presidente asesinado en el 2021. Su frágil gobierno acumuló demasiados enemigos. Lo enfrentaba una facción de su propio partido, el Tet Kale; poderosos empresarios a los que había denunciado por negociados turbios, y también el narcotráfico, que lo veía como un obstáculo para el objetivo de instalar en Haití un narco-Estado.

Curiosamente, las bandas que comanda Cherizier, apodado Barbecue por su costumbre de quemar los cadáveres de sus víctimas, tuvo un acuerdo con Moïse y actuó como fuerza parapolicial. No se sabe si hubo una ruptura entre Cherizier y Jovenel Moïse ni si el criminal bandolero tuvo que ver con su muerte. Que la mayoría de los capturados por el magnicidio sean ex militares colombianos pone bajo sospecha al narcotráfico, que suele reclutar expulsados del ejército aprovechando el adiestramiento militar y la experiencia acumulada en la guerra contrainsurgente. Pero no sólo el narcotráfico pudo haber urdido el magnicidio. Es difícil creer que la policía haitiana, que no ha podido vencer a una sola de las bandas criminales, haya derrotado en pocas horas a un grupo comando de militares colombianos.

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El cadáver de Möise aún estaba tibio y la policía, con su escasa preparación, ya había matado a cuatro y capturado a 17 hombres armados y experimentados en las batallas contra las guerrillas colombianas. Por eso es posible sospechar que a los mercenarios los contrataron diciéndoles que debían cumplir otra misión, cuando el verdadero objetivo era usarlos de chivos expiatorios en el magnicidio. Todo es posible en el país donde surgieron las leyendas de los zombis y el vudú. Lo que parece imposible es un orden democrático perdurable en la tierra que inspiró la novela con que Carpentier dio el primer paso en el realismo mágico.

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Haití | Foto:CEDOC

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