Las entradas de Taylor Swift: 10.45 horas de espera y la atajada del Dibu Martínez que nos dejó afuera

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fue clave para arrebatarle la final del mundo a una Francia que parecía en un una remontada imparable.

Pobre Muani. El 18 de diciembre festejé y grité, hoy te entiendo en el más profundo sentimiento. “White people problems”, problemas de gente blanca, dice siempre un colega y tiene mucha razón. Es sólo una entrada para un recital. Pero los que sabemos lo que la música representa y lo que un artista representa para los que amamos la música, es más que un deseo. Es un sueño.

Y concretarlo o no depende de la suerte, casi como en los penales. No importa el esfuerzo ni lo que valga para vos lo que está del otro lado: el azar que te asignó el lugar en la fila aleatoria es lo que determinó el resultado. Así entraron rápido los chicos de segundo año de un colegio porteño que se pusieron todos con su celular en clase y lograron comprar en un par de horas ubicaciones en la Sívori media que a la noche estaban ofreciendo a otros chicos a casi el doble de su valor.

Con Tan Biónica las entradas se agotaron a las tres horas: a llorar y a seguir. Pero el desgaste de esta vez duró casi 12. Me dirán que hubo dos millones de personas, que en Estados Unidos colapsaron las ticketeras, que este es el único y mejor sistema posible: todo se entiende pero, como siempre, con las manos vacías frente a algo se siente que las explicaciones no alcanzan.

El plan llevaba más de un año de ahorro, desde que se empezó a especular con la gira sudamericana 2023 de Taylor Swift. La coordinación final arrancó el viernes, en el minuto exacto posterior al anuncio. Conseguimos con unos tíos la preciada tarjeta de la preventa, pero tampoco quiso la suerte que nos tocara el lunes. El martes, la pantalla se puso en la página de la ticketera una hora antes de que se abriera la venta en computadoras y celulares en casa y en la de los amigos que eran parte del operativo. Hubo faltazos escolares y padres haciendo malabares. El almuerzo casi que pasó de largo.

BANER MTV 1

Fue un día de llamadas y mensajes frenéticos. Primero, fotos de en qué lugar de la fila está el muñequito (“Pasalo a nafta”, gritaba un amigo futbolero frente a los jugadores de su equipo que no corrían, y se lo grité yo también al monitor). Después, que se agotaban. Después, la tercera fecha. Después, ya cayendo el sol y más cerca en la fila, negociando precios cuasi operadores de bolsa que en vez de hablar de acciones y bonos hablaban de asientos en el Monumental.

A las 19.45 también estábamos terminando el suplementario como en la noche mágica de Lusail. Pero esta vez no pudo ser. Diez horas y 45 minutos después de que encendimos las pantallas, el único de todos los muñequitos que teníamos caminando logró llegar al arco. Lo teníamos ahí. Antes habíamos decidido en cónclave familiar hacer el enorme esfuerzo de pagar lo que valía la entrada, y en ese momento exacto el Dibu puso la pierna: clickeamos para reservar la ubicación y los últimos tickets para Taylor Swift se agotaron literalmente delante de nuestras narices.

Los padres sabemos que es así: que la vida se hace de porrazos. Cuando tus hijos tienen sueños, se esfuerzan por conseguirlos y la suerte les es esquiva, tenemos el enorme desafío de seguir motivándolos para que entiendan que, sí, eso es la vida. Que a veces es justa, y a veces es no. Y que ellos también alguna vez serán el Dibu que puso la pierna y no Muani que pateó la pelota.

AS

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