Tomás Abraham: "Escribí sobre la pandemia, hice la pascua judía por Zoom"

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Tomás Abraham, destacado filósofo, consideró que la pandemia del Covid fue un fenómeno trascendental, sobre el que no nos hemos detenido suficiente a pesar. “Como el mundo sigue y la voluntad

de vivir existe, damos vuelta la página y vamos para adelante en una pos pandemia”, afirmó en Modo Fontevecchia, por Net TV y Radio Perfil (FM 101.9).

Recientemente escribiste un libro, “Diario de un abuelo salvaje”. Contanos un poco de este texto. ¿Te inspiraste en algún actor en particular? ¿Es un diario personal en tiempos de pandemia?

Es un diario personal en tiempos de pandemia. Escribí una novela de no-ficción, como dicen habitualmente. Durante la primera época de la pandemia escribí un libro sobre los judíos en Rumania, “Matanza negada”, hasta julio de 2020, los primeros cuatro o cinco meses de la pandemia.

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En ese momento, en un clima de encierro, de cuarentena, allí empieza este experimento de escribir diariamente, un diario, porque me cansé de estudiar.

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Yo estudié toda mi vida, estaba por cumplir, en diciembre, 74 años. Entré a la UBA recién en 1984, a los 37 años, la mitad de los años que iba a cumplir. Esos últimos 37 años fueronmuy intensos con respecto al estudio, pero siempre estudié desde la adolescencia, y me cansé.

Hay un cansancio de estudiar, de lo que significa dedicarse a un tema durante mucho tiempo, concentrarse, no dispersarse en nada y tener como objetivo algo productivo, ya sea un curso o escribir un libro. Eso lo hice con mucha intensidad, hasta publicar 31 libros, uno tras otro, como si fueran conejos, y me cansé.

El problema es que si uno no estudia, no por eso deja de pensar. Simplemente me di cuenta cómo podía llegar a trabajar mi mente si no estudio. Pienso, tengo el hábito de una intensa habilidad mental y escritural, entonces, empecé a escribir cada día las cosas que pasaban por mi mente en un momento de encierro y de silencio, porque ya no doy clases.

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Estaba con mi esposa, en mi departamento. En ese no salir, en ese pensar, empecé a escribir algo sin ningún fin de publicación, hasta febrero de este año. Un diario larguísimo. En un momento dado me di cuenta que si uno escribe todos los días algo está escribiendo un libro, no está escribiendo otra cosa. Que el libro sea infinito, tenga o no editor, es otra cosa, pero está escribiendo un libro y hay que ver si logra alguna materialidad.

“Un abuelo salvaje” significa que acá hay nietos. La presencia de nietos en mi vida, que no puedo ver, que no puedo besar, hablo de todas estas cosas. Que vamos a festejar una pascua judía por Zoom, que es la única festividad judía que heredé de mis padres y a la que le tengo afecto. Que vengan mis nietos (en ese momento había tres).

Pero si los padres no estábamos vacunados, ¿qué es una pascua judía sin tocarse y besarse? No es algo triste, estoy hablando de una época de enorme felicidad. Escribí sobre la pandemia, hice la pascua judía por Zoom.

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Las primeras épocas de la pandemia fueron, para mí, enormemente felices, por lo que pasaba en mi casa, por cómo nos arreglamos con mi mujer para todas las tareas del hogar, la cocina, la limpieza, el apoyo mutuo en los momentos de bajón, las trampas que hacíamos para ir al supermercado sin llamar al Gobierno de la Ciudad para que nos autorice.

Lo que dio como resultado un artículo que publiqué en Perfil sobre cómo nos trataban a nosotros los “viejitos”, los “nonos”. Cómo nos minorizaban y humillaban por la televisión tratándonos de impotentes, incapaces.

Además, con las imágenes de terror, que no hay camas para nosotros. Periodistas, filósofos, intelectuales, discutían por los medios y la televisión si teníamos derecho a morir en un hospital o morir en la calle, que teníamos demasiado pasado y lo que contaba era el futuro.

Todo ese mundo, para muchos, es como un mundo que ya no existe más. Sin embargo, lo que pasó con la pandemia fue un hecho importantísimo.

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El mundo se enfermó, eso no es muy habitual. No me hablen de la gripe española, o de que hay antecedentes, todo ese tipo de cosas, consuelo de pocos. Fue un acontecimiento para el cual no tenemos ninguna explicación, todavía estamos discutiendo si vino de un laboratorio chino o no, si la vacuna nos enferma o no, no hay explicación.

Pero como el mundo sigue y la voluntad de vivir existe, damos vuelta la página y vamos para adelante en una pos pandemia, que en plena pandemia ya se decía que estábamos en pos pandemia.

Yo la viví como todos, y cuento en el libro todas estas historias que pasan por mi experimento mental. Qué piensa un profesor de filosofía cuando ya dejó de estudiar. Qué mira, cómo mira, cómo se las arregla para no disciplinarse, qué lecturas hace, puede leer lo que “quiere” y no lo que “debe”, cuánto tiempo le puede durar eso, mi relación con mi segundo hogar Colonia de Sacramento, habló mucho de ese barrio, del Río de la Plata, etc.

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Hoy es el día del periodista. En la introducción, usamos un fragmento de un video de Heidegger donde hablaba del lenguaje en la poesía y en la comunicación periodística. Vos que tenés experiencia como columnista, escritor, y en este caso, también en el uso de aspectos ficcionales de la construcción literaria, ¿qué diferencia encontrás entre los lenguajes de la literatura, de la academia y del periodismo que has ejercido?

Yo escribí centenas de artículos como columnista periodístico, la mayor parte en Perfil. Yo no asumo una postura distinta cuando escribo una columna a cuando escribo un ensayo filosófico, no me pongo en otro lugar, para mí es lo mismo.

Lo que me aporta el estilo periodístico son los límites de la extensión, que me obligan a ser claro, preciso y a tener velocidad en el estilo. Eso es algo que yo intento también ejercer y practicar cuando escribo un ensayo.

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Cuando escribo literatura filosófica no adscribo a ningún tipo de jerga, lenguaje técnico, no me interesan ese tipo de lenguajes, creo que son lenguajes de distinto tipo de ignorancias. Es cierto que los filósofos a veces crean un idioma, pero una cosa es un idioma y otra cosa es una glosolalia, una jerga al estilo de un idioma creado por otro.

Tenemos innumerables ejemplos de escritores que pasan de un lado a otro con la misma ductilidad. Si pensamos en uno de los más grandes escritores de nuestra literatura, Roberto Arlt, lo que a mí me interesa, su belleza, son las aguafuertes porteñas. Algo extraordinario. Es una especie de Baudelaire porteño a la enésima potencia.

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Si yo lo comparo con Los siete locos, Los siete locos me parece artificial, verborrágico, con protagonistas y personajes fantasmales. Hay una “doctrina oficial”, según la cual Roberto Arlt encuentra en su literatura la verdad de una época histórica, de las ideas de revolución, prostitución y todas esas cosas que interesan a un cierto sector.

Pero las aguafuertes para mí son lo mejor, el estilo periodístico, que es el más bello estilo literario. Claro, es descriptivo, él dice que es un “pesimista jovial”, tiene su mirada, su estilo, nos hace pasear. Yo no hablaría de un estilo periodístico, en todo caso es una necesaria claridad.

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Cuando yo escucho hablar de la palabra “divulgación”, no existe la divulgación. De alguna manera todos divulgamos. No se trata de bajar de nivel, de hacer accesible, jamás se me ocurrió que eso podía ser una tarea.

Uno tiene que ser claro por exigencia con uno mismo. Si uno no llega a entender un lenguaje casi coloquial, de una simplicidad casi dialógica, lo que está pensando, es porque todavía no lo llegó a pensar. Por lo tanto, creo que el estilo periodístico plantea el mismo desafío que cualquier otro género.

FM JL