"Hay un avión que viene derecho a la torre", el increíble diálogo de un argentino con su mujer antes de la tragedia

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El 11 de septiembre de 2001 era una mañana luminosa, esos días otoñales resplandecientes que invitan a estar al sol o al menos sentirse cerca de su tibieza. Para disfrutar

de ese paisaje dorado, Cristian González, porteño del barrio de Belgrano, se acercó a los inmensos ventanales de su oficina en el piso 46 de la Torre Norte del World Trade Center, en Nueva York, para hablar por teléfono con su esposa que estaba con su hijita de un año en un hotel en Manhattan, a unas 70 cuadras de allí.

Lo que vio en ese momento fue aterrador y es la primera vez que Cristian habla públicamente de aquel día que marcó su vida y la de su familia. Hubo un instante crucial, dramático que, cuando se cumplen 20 años del peor atentado de la historia de Estados Unidos, relató conmocionado a Clarín: “Estaba mirando hacia el horizonte en el piso 46, mientras hablaba por teléfono y veo que un avión sale del patrón normal, de la ruta habitual, y en ese momento le digo a mi mujer: '¿Sabés que es rarísimo? Hay un avión que viene derecho a la torre'. Y mi mujer me dice: “¿Cómo va a ir a la torre? ¡Dejate de joder!”.

Seguimos hablando y yo le dije que no se asustara pero que el avión estaba viniendo a la torre. Literalmente, en segundos, el avión pegó arriba en la torre”.

Lo que sigue es una historia de terror, estampidas, corridas y desesperación de ese hombre que a la mañana temprano era un ejecutivo de traje y corbata y al mediodía estaba cubierto de polvo, “convertido en un fantasma”.

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A Cristian le dicen “Kily” --como el jugador de fútbol-- y, luego de haber estudiado Administración de Empresas en la Universidad Católica, llegó a Estados Unidos en 1999. Viajaba con frecuencia entre Miami y Nueva York porque trabajaba para la firma Solomon Brothers en ambas ciudades.

En Manhattan. A Cristian le costó volver al lugar de la tragedia.

En Manhattan. A Cristian le costó volver al lugar de la tragedia.

Solía hospedarse en un hotel en el mismo edificio del World Trade Center, pero esa vez, como viajaba con su esposa, Cynthia Basin, y su hijita Denise, de un año y medio, eligió un hotel más céntrico. “Por alguna razón, no quería meterlas en el downtown”, la zona baja de Manhattan donde estaban las Torres Gemelas.

Su agenda indicaba que a las 8.15 en punto tenía una reunión con un cliente mexicano en las oficinas de la firma en el piso 46. “Llegué temprano. Era un día extraordinario, no había una nube. El cliente se atrasó y en medio de la espera mi mujer me llama por teléfono. El día era tan hermoso que me fui hacia el ventanal a disfrutarlo”.

Cristian cuenta que veía que los aviones tenían una ruta precisa e iban y venían en fila al aeropuerto La Guardia. “De pronto, veo uno que se desvía”, recordó. Y allí sucedió el diálogo increíble con su mujer mientras el avión se estrellaba en los pisos de arriba de su misma torre.

Eran las 8.46. El vuelo 11 de American Airlines había salido de Boston rumbo a Los Angeles, pero en el camino fue secuestrado por el terrorista egipcio Mohamed Atta y desviado hacia New York. Fue el primero que impactó, luego chocaron otro contra la Torre Sur, otro en el Pentágono y un cuarto -que supuestamente iba a la Casa Blanca o el Capitolio- fue estrellado por los pasajeros en Shanksville, Pennsylvania.

En familia. Cristian nunca había contado la historia porque siempre quiso un “perfil bajo”.

En familia. Cristian nunca había contado la historia porque siempre quiso un “perfil bajo”.

Cristian pensaba que había sido un accidente: “El avión venía inestable hacia la torre. No venía derecho, venía medio torcido. Yo pensé que estaba a la deriva por un problema mecánico. En ese momento no lo interpreté como un acto terrorista”.

En la oficina se desató un gran caos: “Cuando el avión pega en los pisos de arriba, nosotros nos caemos y la gente empieza a gritar ¡bomba! porque el estruendo fue enorme. Los rociadores anti-incendio comenzaron a funcionar, los vidrios se rompieron y todos se empezaron a asustar muchísimo”.

Cuando me levanto la primera reacción fue tratar de volver a hablar con mi mujer. Agarré el celular, pero ya no la encontré, se había cortado la comunicación. Traté de llamarla del teléfono de línea y no funcionaba”.

Cristian cuenta que su primer instinto fue proteger su computadora para que no se mojaran con los rociadores: “Suena medio raro, pero pensaba que solo era un accidente y que me tenía que ir después a hacer la reunión con el cliente en otro lado. Después me llevé la computadora y nunca me di cuenta”.

Pero en el medio empezaron a complicarse las cosas. Cuando empecé a salir vi todos los cristales rotos, la gente estaba gritando y corriendo. Muchos estaban golpeados, mal. Empecé a tratar de tranquilizarlos, les decía que no era una bomba, que había sido un accidente de avión. Estaban saliendo en estampida. Otros también habían visto el avión y nosotros, en lugar de salir, nos quedamos a ayudar”.

Pero en ese momento de irrealidad, hubo instante que le hizo comprender la gravedad de lo que estaba sucediendo. Cristian frena su relato. Respira, toma un sorbo de mate para intentar contener las lágrimas. No puede.

“Fue la parte más dura para mí, jamás me lo pude sacar de la cabeza: vi dos personas cayendo, tomadas de la mano. Las vimos caer en frente nuestro, pasando ante nuestros ojos por la ventana. Cuando vimos eso, nos fuimos para atrás y dijimos:‘¿qué estamos haciendo acá?". Eran los que, ante la desesperación de no poder salir y morir entre las llamas, se estaban arrojando al vacío de la torre de 110 pisos.

Hace 20 años. Con sus compañeros de trabajo. Cristian es el de atrás, con corbata.

Hace 20 años. Con sus compañeros de trabajo. Cristian es el de atrás, con corbata.

En ese momento, no me acuerdo cómo, agarré la computadora y empezamos a bajar las escaleras, los 46 pisos. Esa es la parte en la que los recuerdos se empiezan a confundir. Lo único que tengo consciencia es ver a los bomberos subiendo y pensar: ¿Qué hace esta gente yendo para arriba cuando yo estoy tratando de salir?. Me acuerdo que le pedía por favor a Dios que me deje ver a mi mujer y a mi hija una vez más. Pensaba en esos bomberos subiendo y me dio la sensación de una vocación extraordinaria. Ellos estaban yendo a un lugar de donde yo estaba escapando. Yo pensaba que ellos también tenían, padres, esposas, hijos. Eso lo recuerdo muy bien”.

Cuando llegó al lobby, la gente se agolpaba allí porque los agentes de seguridad no los dejaban salir. “Afuera caían escombros y caía gente, era horrible, por eso no querían que saliéramos”, cuenta Cristian conmovido.

En ese momento, precisamente a las 9.03, se estrella el segundo avión contra la Torre Sur: “Sentimos un estruendo, se movieron los cimientos y mucha gente se cayó arriba de otra. Fue un caos. Ahí fue cuando me di cuenta de que lo que pasaba era mucho más grave que un accidente”.

Cristian dice que en ese momento la situación se convirtió en “una puerta 12”, la tragedia de 1968 en la cancha de River donde murieron aplastadas más de 70 personas: “La gente empezó a salir en estampida, pero había otra gente que los pasaba por arriba”.

El argentino, que iba con un compañero de oficina brasileño, vio a unos mozos que enfilaban hacia otro lado y comenzaron a seguirlos. Fueron por una zona de servicios que nunca habían visto y milagrosamente lograron salir por un lugar donde ingresaba mercadería.

Una vez afuera, Cristian vio el agujero que había dejado el avión en la torre y pensó que todo se iba a caer “como en un dominó”. Entonces empezó a correr.

De ahí en más fue correr y por alguna razón mi cabeza eliminó partes de esos recuerdos. Lo que sé es que corrí hasta el hotel, en la calle 55. No me acuerdo ni como llegué. Sí vi cuando cayó la primera torre y pensé que si me alcanzaba me iba a tirar al río. También me acuerdo de la tremenda nube de polvo”.

Lo único en que pensaba Cristian era en su mujer y su hijita.

Con su hija mayor, Denise, que hoy trabaja en Nueva York.

Con su hija mayor, Denise, que hoy trabaja en Nueva York.

Cuando se cortó la comunicación con su marido, Cynthia encendió la televisión. Cristian cuenta que cuando ella vio el agujero en la torre pensó: “Se murió y entró en shock.

Cristian corría y corría para llegar al hotel. Al final lo logró, cerca de las 11.30 de la mañana, unas 3 horas después de que el diálogo se interrumpiera. Todavía tenía el traje oscuro, la corbata, los zapatos, pero estaba todo cubierto de polvo, completamente desencajado. Insólitamente, todavía llevaba la computadora en la mano.

“Cuando entré al hotel, todo sucio, lo único que recuerdo fue abrir la puerta y ver a mi mujer que me miraba como si estuviera viendo a un fantasma. Estaba sentada en la base de la cama de la habitación y mi hijita estaba tirada abrazándole la pierna. Cuando me ve, mi hija dijo ¡papá! y salió corriendo a abrazarme. Fue el momento en que di vuelta la página en mi vida”.

Enseguida se instalaron en Miami porque su mujer no quiso saber más nada con radicarse en Nueva York. Al poco tiempo tuvieron una segunda hija, Michelle, hoy de 19 años. “Hubo momentos en los que necesité psicólogos. Pero los analistas me dicen que ese momento en el hotel fue clave para cambiar de página”.

Cristian tiene hoy 50 años y es un alto ejecutivo en un banco de inversión y servicios financieros. “Volví muchas veces a Nueva York, sigue siendo parte de mi vida”, cuenta.

Pero hay algo en particular que lo tocó muy fuerte. Fue hace 5 años, cuando su hija mayor, hoy de 22, buscaba entrar a la universidad y escribió un ensayo con su experiencia de chiquita, de ver a aquel padre convertido en fantasma.

Cristian se quiebra otra vez. Necesita masticar sus palabras. “Me cuesta hablar de este tipo de cosas, yo las enterré”, intenta explicar. “Ella armó el ensayo en base a ese momento y cómo mi mujer y yo le enseñamos a vivir la vida. Nunca lo pude terminar de leer, pero era sobre como la vida me dio un segundo capítulo. La idea es tratar de honrar la vida y vivirla. No hay mucho más en esta historia”.

  Estos días son dolorosos para Cristian. “Cuando se acercan estos momentos, como ahora, me duele y me siento parte. Al principio no quería ir a Nueva York, pero en 2014 fuimos en un viaje con la familia y me reencontré con el lugar porque pude contarle la historia a mi otra hija que en el momento del atentado no había nacido. Ahora, cada vez que voy, siento que tengo que pasar por el lugar”. Incluso su hija mayor hoy trabaja en Manhattan.

Nunca había contado la historia porque siempre quiso un “perfil bajo”. “Simplemente soy un argentino que tuvo la chance de vivir el segundo capítulo de una vida. No me tocó y a partir de ahí me dediqué a honrarla. Dando lo mejor. Sabiendo que mañana puede existir o puede no existir. Nadie tiene la vida comprada, hay que vivirla al máximo”.