Bolsonaro, desventuras golpistas en el laberinto brasileño

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Con sus amenazas golpistas y las enormes marchas que promovió en San Pablo y Brasilia el Día de la Independencia, el presidente brasileño Jair Bolsonarocosechó dos efectos contrapuestos

que ya venían insinuados desde hace meses. Estaba ahí la exhibición de un respaldo popular tangible con la pretensión de elevar un límite a la presión judicial contra los excesos de este controvertido presidente.

Pero, al escalar el desafío con estos modos y reclamando abiertamente la cabeza de miembros del poder judicial, no hizo más que profundizar sus complicaciones. Ahora Bolsonaro es más peligroso que antes.

Ha advertido que "solo Dios lo sacará del poder" y anunciado que no respetará las decisiones de la justicia, particularmente de uno de los miembros del alto tribunal, Alexandre de Moraes, quien conduce investigaciones sobre la difusión desde el Poder Ejecutivo de noticias falsas y el estímulo de movimientos antidemocráticos que motivaron el arresto de seguidores del mandatario.

Esos dos planteos han aplanado significativamente el formato republicano de Brasil, con una gravedad particular si se tiene en cuenta que los formula un presidente que es un ex oficial del ejército y que ha rodeado su gobierno de jefes militares.

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Multitud. La manifestación en respaldo del controvertido presidente brasileño en San Pablo. Foto AP

Multitud. La manifestación en respaldo del controvertido presidente brasileño en San Pablo. Foto AP

Bolsonaro lidera con un método conocido en el vecindario, y los últimos años también en Estados Unidos, que consiste en la construcción permanente de enemigos y propalar una narrativa que convierte a los adversarios políticos en rivales a destruir.

Horas antes de los explosivos discursos del mandatario este siete de setiembre, las muchedumbres que lo reivindican desbordaron la explanada de los ministerios en Brasil apuntando hacia la sede del tribunal supremo, sin que la policía los detenga.

Trumpismo explícito

Un símil en pequeño con la violenta invasión el 6 de enero en Washington estimulada por el entonces saliente presidente Donald Trump, un dirigente en el cual el brasileño se refleja hasta en los menores detalles.

Los extremos de esa simbiosis se advierten incluso en una pequeña anécdota. Hace pocas horas la policía federal brasileña retuvo a un empresario norteamericano, Jason Miller, en el aeropuerto de Brasilia cuando el hombre emprendía viaje de regreso a su país. Miller es un ex (ex?) asesor de Trump que se reunió en el Palacio da Alvorada con Bolsonaro.

Pero lo más interesante es que participó en un encuentro de la llamada Conferencia de la Acción Política Conservadora, un bloque ultra que encabeza el diputado Eduardo Bolsonaro, relevante retoño del gobernante.

En ese evento participó de modo remoto el hijo mayor del magnate norteamericano, Donald Trump jr., quien llamó a elegir entre “socialismo o libertad” y comparó a los dos países y, de modo especial, sus circunstancias electorales.

Miller fue interrogado por orden de la Corte en relación a denuncias de amenazas contra la democracia debido a que este empresario revolea una red social, GETTR, que da canal libre a la difusión de noticias falsas o que inciten a la violencia.

Es esa base una de las usinas de las denuncias de fraude del trumpismo sobre su fracaso objetivos en noviembre pasado frente a Joe Biden, acusasciones sin fudamentos que el clan Bolsonaro ha acompañado con fervor.

Es el mismo argumento que exhibe ahora también el mandatario brasileño para poner en duda la limpieza de las próximas elecciones de 2022, anticipando que su probable derrota, según las encuestas, sería también producto de un fraude, es decir no serían legítimas.

Los rivales de Bolsonaro en las calles con la demanda de impeachment contra el presidente. Foto AFP

Los rivales de Bolsonaro en las calles con la demanda de impeachment contra el presidente. Foto AFP

Los poderes

Surge en este panorama una dimensión compleja al sumarse Brasil a una corriente, muy aguda en la región, de desprecio a las instituciones, donde el sistema de equilibrio de poderes es puesto en cuestión o abiertamente demolido.

El miércoles, un día después de las invectivas presidenciales, el titular del Tribunal Supremo de Brasil, un magistrado de carrera y tono habitualmente medido, le recordó al mandatario cómo deben ser las cosas. Le aviso con severidad que no se tolerarán “amenazas a la autoridad de las decisiones” de la Corte, caso contrario el Jefe de Estado “será acusado de violar la Constitución”.

La reacción del magistrado es jurídicamente irreprochable. Así deberían funcionar las instituciones. 

Bolsonaro lo sabe pero estira la cuerda porque está rodeado de sinsabores y pretende recuperar la iniciativa, una posibilidad por lo menos esquiva si se atiende a los métodos caóticas que elige. Su gobierno se ha desgastado rápidamente por la combinación del mal manejo de la pandemia del coronavirus y una economía que no rinde como se esperaba acelerando las contradicciones sociales.

Ese panorama se revela en una caída en las encuestas que anticipan que perdería en cualquier escenario de segunda vuelta en las generales de 2022, en particular frente al ex presidente socialdemócrata Inacio Lula da Silva.

En estas penurias del mandatario, un jugador central es el empresariado que se ha ido desencantando con el gobierno y su jefe que no ha cumplido con las promesas de ordenar la economía entre otras reformas que revoleó como posibles y excluyentes en su campaña.

Un dato elocuente de por dónde anda el ánimo de los mercados se registró el día después de las marchas con una suba abrupta de 2,93% de la cotización del dólar y una caída generalizada de casi 4% en la Bolsa. El aviso al presidente fue nítido: nada que celebrar. 

Ese dato importa por varias razones. Es fuerte la suposición en Brasil de que un avance autoritario de Bolsonaro podría acabar coronándose en un autogolpe con apoyo de los militares que lo rodean. Esos temores se alimentan en que el mandatario estuvo acompañado en sus discursos explosivos por su vicepresidente, el general Hamilton Mourao, y el ministro de Defensa, el general Walter Braga Netto.

Ex presidente, Fernando Henrique Cardoso y Lula da Silva, una sociedad con múltiples significados. Foto AFP

Ex presidente, Fernando Henrique Cardoso y Lula da Silva, una sociedad con múltiples significados. Foto AFP

El poder militar

También a partir de encuestas, como las del Instituto Atlas de Inteligencia, que detectaron que al menos 30% de la policía militarizada se alinea con el jefe de Estado y adhiere a las protestas contra el alto tribunal.

La antigua noción de la existencia de un partido militar que se relaciona y decide con la verticalidad endógena de una casta, tiene fuertes limitaciones. Si se observan en la historia la interrupción de los ciclos democráticos por levantamientos castrenses en la región, se notará que los militares han funcionado como una herramienta de intereses específicos, particularmente económicos. 

Ese lugar, de policía de esos intereses, estuvo claramente en la matriz del golpe en Brasil de 1964 y en la dictadura subsiguiente que reivindica Bolsonaro.

En abril de ese año los militares, con apoyo de EE.UU., derrocaron al gobierno nacionalista de Joao Goulart que impulsaba una serie de reformas, agraria, educacional y de distribución de la renta, consideradas como izquierdistas por los mercados de la época que, en plena Guerra Fría, le cuestionaban, además, un acercamiento al este soviético.

Si se sigue esa línea, la cuestión a observar hoy en Brasil es si existe algún interés entre los poderosos centros económicos para impulsar un golpe con Bolsonaro al mando. No parece probable.

Las direcciones políticas en las dos cámaras del Parlamento, que pertenecen al llamado bloque del Centrao, legisladores que negocian el status quo, y representan justamente aquellos poderes, le han puesto límites al presidente.

El titular de Diputados, Arthur Lira, otrora un aliado tenaz de Bolsonaro, ha volteado incluso la campaña del mandatario en contra del sistema electrónico de elecciones que ha regido en el país desde 1996 y que ha sido su principal argumento para poner en duda los comicios del año entrante.

Esta dirigencia legislativa acompañó, además, la decisión de 18 magistrados, incluyendo a los 11 jueces del Supremo Tribunal Federal y del Tribunal Superior electoral, que sostuvo que el sistema de votación brasileño está libre de fraude.

Esa es la voz del establishment, una constatación que hace aún más evidente la soledad del jefe de Estado que enfrenta más de un centenar de pedidos de impeachment. Una alternativa difícil o innecesaria cuando resta algo más de un año para los comicios generales pero que promete un periodo de fuerte inestabilidad hasta llegar a las urnas.

Hay un dato previo aún más relevante de cómo se van acomodando las piezas en el gigantesco país continente. El ex presidente Fernando Henrique Cardoso, un líder pro mercado, numen del clásico proteccionismo moderado de la economía brasileña, pactó un apoyo explícito a Lula da Silva, si hay ballotage el año entrante. 

¿Es una posición personal del líder del PSDB o refleja la opinión de una parte de la dirigencia real del país? Interrogante importante. Cardoso con estos gestos está avisando que no le teme a Lula pero si a Bolsonaro.

Hay un lugar donde el veterano político seguramente está mirando. En términos objetivos el ex obrero metalúrgico y líder del PT, en sus dos gobiernos supuestamente de izquierda, le generó a la banca privada la mayor tasa de acumulación de la historia brasileña y edificó una relación única con los EE.UU. Es cierto, el panorama a veces confunde. “Brasil no es para principiantes”, dijo alguna vez Tom Jobim, en una maravillosa y mágica síntesis que no pierde actualidad.
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