Ecuador, lecciones de un inesperado portazo electoral al populismo

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El sorpresivo resultado de las elecciones en Ecuador que coronó este domingo al banquero Guillermo Lasso, es una prueba potente de que los electorados son cada vez menos

manipulables y que el voto en cualquier caso obedece a motivaciones que van más allá del relato de sus dirigentes. Puede constituir una significativa lección para la feligresía del populismo regional.

Es cierto que el escenario ecuatoriano tiene aspectos comunes con su vecindario e historia, pero, sin embargo, no debería ser extrapolado al resto de la región de un modo lineal. Hay ahí cuestiones domésticas significativas que explican este resultado.

Entre ellas, un potente sector indígena que ha sido clave en el pasado para demoler gobiernos pero que ahora se constituyó en uno de los palos principales en la rueda del correismo. Pesó en ese comportamiento la disputa por el segundo lugar después de que, en la primera vuelta, se impuso ampliamente el delfín del ex presidente Rafael Correa, el economista Andrés Arauz, por una diferencia de 13 puntos.

Este postulante, que sin la mano de su padrino político no hubiera logrado semejante avance, tuvo una victoria anticipada cuando la justicia electoral decidió que era Lasso y no el poderoso líder indígena Yaku Pérez quien iría al ballotage. El propio Correa proclamaba en cuanto micrófono se le ponía por delante, que el banquero tenía asegurado el derecho a la segunda vuelta. Era eso lo que necesitaban.

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Suponían que el choque recargado de un supuesto duelo ideológico entre Arauz, que hizo campaña con un palabrerío de izquierda, y un hombre ligado tradicionalmente a los poderes económicos, antes derrotado primero por Correa y luego por el saliente presidente Lenin Moreno, se zanjaría fácilmente.

Esa posibilidad era también la que alentaba el Grupo de Puebla, un conglomerado populista de supuesta filiación socialista, aliado del chavismo, y en el cual hace acto fuerte de presencia el gobierno argentino de Alberto Fernándezy su socia Cristina Kirchner. No por casualidad el delfín de Correa fue invitado a Argentina para fotografiarse con esas figuras que daban como indiscutible su camino al palacio Carondelet.

Andrés Arauz, el derrotado delfin del ex presidente populista Rafael Correa AFP

Andrés Arauz, el derrotado delfin del ex presidente populista Rafael Correa AFP

No se trataba solo de simpatías. La eventual victoria de Arauz tenía para estos dirigentes y otros en la región, el valor de consolidar las ideas de ese espacio, por encima aún del triunfo del MAS de Evo Morales en Bolivia o la caída de los cargos contra Lula da Silva en Brasil.

En Ecuador se daban condiciones especiales. Un ex presidente acusado de graves cargos de corrupción y con condena, que debido a esas sentencias no pudo convertirse, como pretendía, en el candidato a vicepresidente de Arauz. Correa, como es común en la cofradía de Puebla, esgrime que los cargos en su contra son producto del lawfare, una supuesta maniobra de politización de la justicia contra “los líderes populares” que para sus críticos no es más que una coartada destinada a encubrir la corrupción.

La victoria de Lasso, que remontó una diferencia imposible, es un claro ejemplo de un voto en contra y no tanto hacia adelante. Operó en ese resultado claramente un sector importante de la comunidad indígena que desprecia al supuesto progresismo del correismo y también formaciones socaldemócratas, como la de Xavier Hervás, que llamaron a votar por Lasso.

Pero lo más importante, entre la masa de votantes, este desenlace reflejó el fastidio de las sociedades con la corrupción, la estrategia de la desmemoria y las posverdades de sus dirigentes y de modo central, los efectos de una crisis económica que demolió el ingreso de la mayoría. Ecuador, con una deuda de 70 mil millones de dólares, se contrajo 7,8% el año pasado, atascado como sucede en el resto del vecindario por la pandemia y un futuro cancelado.

Rafael Correa, el ex presidente exiliado en Bélgica, tras ser condenado a prisión por corrupción en su país.

Rafael Correa, el ex presidente exiliado en Bélgica, tras ser condenado a prisión por corrupción en su país.

Ese es el escenario que espera a Lasso. Quienes, desde la otra vereda, se entusiasman con el mensaje que buscan en esta novedad, deberían marchar con cautela. En 2019 un mínimo ajuste de los precios de los combustibles llevado adelante por el gobierno de Lenin Moreno, un ex aliado de Correa, que produjo un alzamiento histórico que obligó al mandatario a una desgastante marcha atrás.

Recordemos que esa rebelión fue apenas previa a la que en Chile, también por un aumento, pero del boleto del metro, acabó imponiendo una reforma que cancelará la Constitución pinochetista y un cambio radical en el modelo de desigualdad que rige en ese país.

Son indicadores, si se los quiere ver, de hasta qué punto es hoy en extremo relativa la autonomía para reestructurar la economía sin tener en cuenta sus consecuencias sociales.

Lasso, por lo demás, gobernará con un Parlamento atomizado donde su alianza tendrá 30 diputados, contra 49 del correismo y el bloque indígena con 27. Todo tendrá que ser negociado. Es ahi donde se verá si el nuevo presidente puede hacer una diferencia sin caer en los abismos de sus predecesores.