Le ganó a la pandemia y a las desigualdades: de arreglar su bici a tener un taller de bicicletas personalizadas

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La pandemia del coronavirus obligó a muchos a reinventarse y buscar nuevas formas de sustento frente al cambio de rutinas, la imposibilidad de llevar a cabo la

actividad de siempre y la crisis económica. En ese contexto, ser mujer no es justamente una ventaja. Por el contrario: según el Indec, en el tercer trimestre del 2020, ocho de cada diez varones de entre 30 y 64 años tenían participación en el mercado laboral; mientras que, entre las mujeres, eran solo de cinco cada diez.

A la vez, datos de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género, mostraron que las mujeres se insertan laboralmente con peores condiciones que los hombres: cobran salarios más bajos, deben afrontar jornadas dobles (paga y no paga) y están expuestas a mayor precarización, altas tasas de desempleo y pobreza de tiempo, entre otras desventajas. La tasa promedio de participación de las mujeres en el mercado laboral es de 49,2%, 21 puntos porcentuales más baja que la de los varones (71,2%).

Por otro lado, cifras del Global Findex arrojan que “un 57,4% de los hombres tiene una cuenta bancaria, en comparación con un 51,4% de las mujeres: esto se traduce en que 304 millones de mujeres en América Latina” no están bancarizadas.

“La crisis del COVID-19 ha generado disrupciones en las dinámicas económicas y sociales, exacerbando las brechas que ya existían desde mucho antes del brote de la pandemia. También, impone un desafío en cuanto a la bancarización de mujeres durante y después de la pandemia, especialmente de ingresos bajos”, sostienen Karina Azar y Diana Mejía en un estudio del Banco de Desarrollo de América.

BANER MTV 1

Romina Pick tiene 36 años y trabajó durante tres años como cadete en una empresa de mensajería. Las urgencias de su labor la obligaron a aprender a arreglar su bicicleta para no incumplir con sus tareas diarias. Con el tiempo, se volvió una experta, y se animó a emprender y comenzó a fabricar bicicletas por su cuenta. Su taller —Forever Bikes Argentina— está en Villa Crespo. Allí arma bicis a medida y las vende de forma online a todo el país.

Romina: de arreglar su bicicleta a fabricarlas para otros.

Romina: de arreglar su bicicleta a fabricarlas para otros.

“Empecé a comprar bicis usadas, hice un curso del Gobierno de la Ciudad, me empecé a meter más en el tema y a restaurar bicis para venderlas. Busqué trabajos en bicicleterías, el dueño de una se me rió en la cara cuando me presenté para el puesto de mecánica. Eso me frustró mucho, me fui llorando, pero decidí que ese hecho me tenía que impulsar. Salió la oportunidad de trabajar en una bicicletería y las mujeres empezaron a venir porque confiaban en lo que yo les decía, y me pedían que haga talleres para enseñarles. De la bicicletería conseguí proveedores y empecé a armar bicicletas a medida, y como los pedidos aumentaban, decidí abrirme”, relata Romina recordando cuando decidió dar el salto.

El factor económico, a la hora de dar el salto valiente de emprender, es crucial: “La ganancia casi nunca la veo, está invertida para que el proyecto crezca, pero por suerte me tocó un rubro que explotó en la pandemia y fue importante contar con financiación, para que más clientes puedan acceder a comprar una bici, por eso incorporar medios de pago electrónicos fue algo necesario”, cuenta.

Repostería por celular

Julia Narváez, de 50 años, por su parte, es una de las tantas mujeres del barrio Rodrigo Bueno que vende productos de elaboración propia en el Parque Gastronómico; en su caso, unas deliciosas tortas caseras que siempre cocinó para su familia y que decidió comenzar a vender al público.

Julia limpiaba casas de familias. Eso la obligaba a estar de lunes a sábados muchas horas fuera de su hogar. Un accidente con su rodilla y la imposibilidad de salir de su casa para continuar con sus trabajos la empujaron a replantearse cómo seguir teniendo un ingreso. Así nació su emprendimiento, Dulce Jades.

“Ahora soy dueña de mis tiempos, que es lo más importante. Antes, por no fallarle a alguna señora siempre tenía que estar dispuesta a sus horarios y no ella a los míos, porque sino perdía el trabajo. Pero desde que estoy con mi emprendimiento puedo decidir cómo manejarme con mis horarios y estar más tiempo en casa, con mis hijas y mi nieto”, cuenta Julia.

Julia, de 50 años, comenzó su emprendimiento de tortas tras un accidente que le impidió seguir con su trabajo habitual.

Julia, de 50 años, comenzó su emprendimiento de tortas tras un accidente que le impidió seguir con su trabajo habitual.

Con la llegada de la pandemia, Julia comenzó a tener pedidos por WhatsApp y por redes sociales. Así que debió aprender a comunicarse bien con sus clientes en el entorno digital, a coordinar las entregas y a manejarse con diferentes medios de pago. Sin embargo, su mayor desafío como emprendedora —cuenta— fue perder el miedo a fracasar y a “no poder llegar a casa con el mismo dinero que ganaba antes”.

Al respecto, desde el Banco de Desarrollo de América Latina, aseguran que “los riesgos para las mujeres microempresarias, segmento empresarial en donde tienen una mayor participación, así como del sector informal, son altos, dado que han visto afectada su generación de ingresos por las medidas de confinamiento social”.

LGP