La nueva historia de Marcelo Birmajer: Una canción

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Lectura

Manuel caminaba cantando por la rivera del río. Ni estaba contento ni cantaba bien: sólo para acompañarse, en la soledad de la existencia humana, gritaba melodías, a veces conexas; les agregaba

letras aleatorias. Adelaida se deleitaba en su reflejo, desde la rambla elevada, en círculos concéntricos, ambos en el mismo espacio, separados por la altura. Tenían 18 años, y Manuel la amaba profundamente. Adelaida era de una belleza espectral: en su cuerpo danzaba la frescura con la eternidad. Pero el hombre no es lo uno ni lo otro.

Ella escuchó la canción que Manuel había compuesto al voleo. Una intuición propia de un inteligencia física la convenció de que estaba frente a una obra maestra, como el cuadro que, según Bradbury, Picasso pintó en la arena: si ella no la registraba, se perdería. El muchacho le había requerido su amor desde que iniciaran su adolescencia, y ella no lo quería. Sin embargo supo que estaba frente a la oportunidad de su vida: descendió por el camino de guijarros y enfrentó a Manuel.

- Si me das esa canción, será hoy.

Manuel se había quedado detenido, estupefacto, frente a la aparición imprevista y corpórea de esa imagen que llevaba día y noche en su pensamiento. Tardó en comprender la propuesta.

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- No podrás decirle a nadie que alguna vez la compusiste -siguió Adelaida-. Ni cantarla, ni comentarla, ni volver a contactarme.

Manuel aceptó sin dudar.

- La canción será mía -insistió ella.

Manuel asintió ya en acción.

Y sin que él respondiera, dándolo por hecho, y desinteresada de lo que ocurría entre ellos, agregó:

-No podrás ejercer la profesión de cantante, ni volver a cantar de manera amateur, ni en público ni en privado.

En los años que siguieron, Manuel permaneció en el pueblo, construyendo diques, exportando patentes, trabajando el agua. Adelaida se puso Agua de seudónimo artístico: La Canción se convirtió en un hit. La catapultó a un estrellato instantáneo y latinoamericano. En todos los puntos hispanoparlantes, de Madrid a Miami, de Managua a Valparaíso, de Buenos Aires a Lima, se cantaba, tarareaba, bailaba, La Canción. Desde orquestas filarmónicas hasta dúos de fiestas de casamientos: en películas, telenovelas, publicidades, estadios de fútbol, en colegios y universidades. Agua no compuso otro tema significativo. Quizás por eso la apodaron la Gloria Gaynor latina: en cada entrega de premios, presentaciones, en las radios y la TV, invariablemente entonaba La Canción. En todos sus discos, junto a un ramillete de temas olvidables, figuraba La Canción. Hubo un recital multitudinario, junto a otros artistas, en el Central Park, en el que intentó no cantar La Canción: el público prácticamente la obligó.

No se quejaba: su vida era la de una exitosa artista pop. Aunque el amor recíproco le fue esquivo, no tenía tiempo para la soledad. Recorrió el mundo, millonaria, admirada, seguida y cuidada. No hubiera cambiado su suerte por ninguna otra. Un día descubrió que envejecía. Su futuro estaba asegurado. Todos los días ganaba dinero por la ejecución de La Canción en alguna parte. Volvió a su pueblo natal, en una casa de dimensiones monumentales, decidida a un retiro dorado, sin nostalgia ni cuentas pendientes.

Manuel ya no vivía allí.

Adelaida había pasado los 70 años cuando Manuel regresó a la casa de infancia para el entierro de su madre. Los pocos nativos aún residentes en el pueblo se sorprendieron de que la gran diva en pausa asistiera a las exequias. Al concluir la ceremonia, modesta y pagana, Manuel y Adelaida salieron a pasear por la rivera del río.

-Y ahora... -dijo ella-, que soy este saco de huesos... ¿No pensás que si te hubieras quedado con la canción serías millonario, famoso...? Podrías haber encontrado amores más intensos que el mío, ahora mismo: serías un rockstar.

Manuel sonrió tristemente, y en el reflejo del río le pareció ver el rostro y el despliegue de belleza de Adelaida, a los 18 años, la última vez que la había visto, la única en que la había conocido.

-Probablemente yo no hubiera llegado a ninguna parte -especuló Manuel-. No me hubieran escuchado. Hay que tener ganas de buscar un productor: yo no tenía ese anhelo. Vos sí. Y el azar juega un rol determinante: era un solo blanco y una sola bala. Elegí lo seguro. No me arrepiento.

-¿Nunca se te ocurrió transgredir nuestro pacto? -insistió ella-. No te digo cantar La Canción, porque no tenías chance: la registré. Pero a diferencia de mi propia carrera, vos sí podrías haber intentado componer otros temas.

- Eso hubiera sido transgredir nuestro pacto -repitió Manuel-. Sólo alguien que cumple sus pactos puede componer La Canción.

- Eso es una estupidez -lo refutó Adelaida-. Ya habías compuesto la canción y ya habías obtenido tu recompensa: yo no podía volver atrás ninguna de las dos cosas. Prácticamente, podías transgredir el pacto. Todavía podés. Hay cantantes folk que empiezan a tu edad y son famosos.

- No -dictaminó Manuel-. Hay canciones que sólo se pueden componer con una sustancia que impide los incumplimientos. Si yo hubiera sido capaz de incumplir mi pacto, nunca hubiera sido capaz de componer La Canción.

- Pero no sabías que la habías compuesto, cuando te ofrecí el intercambio.

- Lo supe en el momento en que me lo propusiste.

WD