Ese anochecer, por primera vez desde el comienzo de su exilio, se preguntó qué decisión tomar. Ya no se trataba sólo de sobrevivir. Si permanecía en aquel campamento, fatalmente en algún
momento pasaría a formar parte de ellos, lo quisiera o no. Algún día moriría y lo enterrarían como a uno más, con esos extraños símbolos que adjuntaban a la argamasa de tierra y metal. Dirían su nombre en su inaccesible idioma.